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miércoles, 28 de diciembre de 2011

Ni orgullo ni piedad.

Camino y me da igual mojarme, me dan igual las carcajadas, las discusiones, los coches cohetes por esas calles del demonio… ignoro el exterior, solo quiero andar, pasar desapercibido. Evadirme.
Al fin lo logro (o eso creo), consigo tener la frente lo realmente fría como para poder sentir el humo de ese cigarro, que como el más listo, se va desvaneciendo entre ese aire corroído por el ruido de la dichosa multitud, que poco a poco me acorrala y me ahoga en un sinfín de no-lugares.
Presiento como mis yemas palparán el agua entre mis dedos e inevitablemente me evocarán todo lo que aún me queda por delante…
¡No parar! dicen mis piernas, pero mi razón hace tiempo que lo hizo, por eso, ahora, con el café entre las manos, ya no piso el suelo, me evado en las alturas del Starbucks más cercano a ti. 
Mis gafas resbalan frente a las toscas gotas que cubren mi nariz, escondo como puedo la tos e intento sacar adelante la maldita ansiedad de mis dedos, que solo quieren deshacerse en el papel que hace horas que no dejo de estrujar.
Intranquilo sigo secando las gotas que aún perduran en mi, algunas son duras, resisten y resistirán, hasta que el sol brille como “ayer”, las otras en cambio parece que se evaporan, se van con el simple hecho de mirarlas al trasluz de ese pequeño fluorescente, que sin querer se  refleja en esa limpia y amplia cristalera frente a la  imparable Gran Vía.

Minuto tras minuto los paraguas chocan entre sí, sin razón ni motivo aparente, sin ningún temor, solo tienen un rumbo, solo persiguen vivir tras ese pánico, el panico de los días lluviosos.
Cristal tras cristal, ojo tras ojo. La lluvia enfurecida no cesa, y yo sigo arrinconado en aquel caluroso iglú de granizados y cafés enloquecedores. Todo era demasiado surrealista para una tarde de miércoles asquerosamente típica.
¡Ataque! El trastorno sigue aquí, quitando las capas, frunciendo ceños y propiciando palizas continuas e incesantes a mi palpitado y congestionado corazón. Y todo por el maldito “fin”, ese que esta tan cerca,  el que nos acecha, sobre todo a mi…
¡No reacciono! no puedo parar, no dejo de mirar, de recordar… no puedo aterrizar…
¡Basta ya! quiero paz, quiero sentir de nuevo esa húmeda lluvia en mis calcetines y poder, ¿por qué no? abrasarme de nuevo con ese café del carajo de mi vieja cafetera gris.
¡La cuenta por favor!

"Yo no quiero comerme una manzana, dos veces por semana, sin ganas de comer".

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