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jueves, 1 de marzo de 2012

Melodía de época desbocada . . .

Aquella tarde, donde todo parecía monótono y melancólico, allí estaba él, intentando componer aquella melodía incesante y enfermiza que a todos cautivara, que a él llenara de una vez por todas.

Seria más de mediodía, cuando con las manos en el piano, los dedos comenzaron a resbalar sobre el teclado y sonó... sonó aquello que tanto buscaba, que tanto añoraba, una melodía que por mucho que pasara el tiempo, siempre salía sola, siempre regresaba para hacerle recordar la tristeza de aquel día atípico y gris, aquel día en las calles de la Inglaterra del diecinueve.



Horas más tarde, salio de casa con la partitura entre sus temblorosos y escuálidos brazos, caminó por esas angostas y aguadas calles, donde solo resonaban las campanas de aquella vieja y derruida iglesia. Sus amigos le esperaban con impaciencia, acercándose al quicio del portón del número dos, miraban incesantemente el final de la calle, uno de ellos con pipa en mano, fumando sin parar preguntó:

-¿Por qué se retrasa? 

Continuaron esperando impaciente la llegada de aquel joven y prometedor músico.

El encuentro se hizo esperar, todo quedo en un mero intercambio de abrazos y elogios, cuando los cinco ya estaban empapados en pintas y luchando por mantenerse en pie en aquella taberna húmeda y sombría.

Pasadas las horas y las jarras, todos bailoteaban como si de payasos se tratase por aquella oscura y fría noche de Londres, donde ni los esquivos gatos asomaban el bigote.

Terminaron el jolgorio en aquella iglesia, allí donde tantas vísperas de fiesta habían entonado cánticos gregorianos en el coro del seminario.

En un segundo algo se tambaleo en aquel templo maldito, y el joven músico fue el primero en investigar el origen de aquel estruendo estridente.

Resultó que eran los oficiales del museo que albergaba aquel templo en una de sus capillas, llena de estatuas y sepulcros de hacia siglos. Todo quedó en una mera y rápida habladuría cuando ambos grupos se fueron por su lado.

En esos instantes, los jóvenes curiosos retornaron al museo, para observar de cerca que hacían exactamente los oficiales allí. La mala suerte rodeaba a aquel grupo, ya que el joven músico, choco contra un candelabro situado en el margen derecho de la puerta de la capilla.

Los oficiales cargaron contra el y lo empujaron de forma grotesca y agresiva dentro de aquella luminosa capilla, donde desde fuera sus amigos se quedaban atónitos con lo sucedido.

El joven ni oyó siquiera las palabras de sus amigos, y, tambaleando y como pudo, llegó a la tumba y se aproximó a la estatua, pero al tenderle los brazos resonó un grito de horror en el templo. Arrojando sangre por ojos, boca y nariz, había caído desplomado y con la cara deshecha al pie del sepulcro. Los oficiales, mudos y espantados, ni se atrevían a dar un paso para prestarle socorro.

Ninguno de los allí presentes se explicaba lo sucedido, la penumbra se hizo patente y la partitura se había evaporado como agua de lluvia entre los dedos de aquel escuálido y pálido joven.

Todo volvió a suceder rápido, y de forma desconcertante, cuando en aquel momento la confusión era aún mas radical, los ojos quemaban, ardían por culpa de un insolente y despiadado sol, entonces el joven abrió los ojos y vio como la luz asomaba por aquella ventana de su pequeña y humilde buhardilla, tenia el rostro marcado por las teclas de aquel piano desafinado y la tinta de la pluma derramada por todo el suelo.

El despistado joven se había quedado dormido de la incesante labor compositiva, y aun con la mente despejada, días mas tarde, no comprendió el porque de aquel sueño . . .

Lo que fue aun más desconcertante fue el recordar aquella melodía enfermiza que años mas tarde consiguió culminar.

El siempre dijo que su vida fue un tormento, pero en esa ocasión solo fue un relámpago lo que le iluminó.

En honor a todos esos soñadores empedernidos como yo . . . 


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