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martes, 22 de enero de 2013

Con sabor a martes.


La rutina se ha convertido en el mismo infierno de siempre, en un pálpito constante y monótono que llena tus horas y tus días de sencillez.

Te cala hasta los huesos, te paraliza en estos días que no pasan, que como el frío de Siberia, se malmete en tu alma. Es ese escaso autoestima, el que tan solo se deja ver en tus ojos, en tu día a día, en tus ganas de vencer, de rugir, de morder; de odiar y de sentir.

La distancia como losa, no te deja vislumbrar ni un ápice de luz entre tanto invierno, entre tanta desgana. Caminas entre caladas de respiraciones gélidas, profundas y deprimentes, condenas tus manos a bolsillos vacíos y tan solo encuentras libertad entre acordes desafinados. Retrocedes a la mañana fría, cuando la melodía en tu cabeza toca a su fin.

Heridas que no pueden más, como si de alcohol se empaparan, gritan que no se abren más, que adónde vas, que ellas se van, que ya no quieren corazón, ni treguas sin control, tan solo rock n´ roll.

Mira hacia mí, en mi acera, en mi martes, en mi enero. Soy un reacio a lo común, adicto a un simple compás, a eso que llaman libertad.

Busquemos en la basura nuestro amor de contenedor, aquel recogido
en el manual de los olvidos.
Juntos fuimos espíritu, ese que ardía en tú escenario, en mi cielo, en mi colchón.

Estos párrafos secos de grandeza rozan el infinito, aquel donde a día de hoy, solo llueve; donde tan solo se teme un esperado final.

No hay por donde pisar, ni por donde huir, allí es tiempo de guerra, la de tu carne con la mía, carne que engrandeces con tus labios, esos que terminarán empapados con un blues de fondo.

Terminaré vivo el martes a ritmo de calle, a golpe de tequila vacío sobre mi barra, la del último bar.

Total, no soy de por aquí, ya ni el whisky calienta, tan solo alimenta. Cobarde que vuelve a las andadas.

¡Quieto parao!

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